sábado, 18 de septiembre de 2010

MR. ELA

IX.-MR. ELA

(Se escuchan redobles. Aparece un cañón al centro del escenario)

Esta es la historia del hombre bala. Era muy lindo al volar por los aires en su casco azul eléctrico, con todas sus heridas y sus huesos rotos, con su dentadura postiza hecha con tuercas y partes de un radio moderno. Con su pierna falsa de madera astillada, con cables de fierro y herrajes oxidados. Su aliento era como aspirar ácido de batería a mitad de una conversación sobre armas y aviones de la segunda guerra mundial. Calmaba su dolor con cocteles que él mismo preparaba con leche y las preparaciones milagrosas del Dr. Ross, nuestro médico de abordo en los cuarentas. Nunca hablaba de dónde venía, algunas noches sólo aullaba como un perrito enfermo, pero nadie jamás le vio llorar. Él creía que las lágrimas se le agotaron desde aquella vez que aterrizó por error en un tiradero de basura y se destrozó el bazo y el spleen de vivir con una antena de automóvil. Tenía la espalda rota, sujeta con clavos y cinta de aislar. Un brazo con el tatuaje de un mapa y un ojo de cristal. (Ella) Yo estaba enamorada de él. Era un buen hombre. Y yo no podía permitir que me dejaras por él. (Ella) Siempre lo supe. (Él) Sí, yo lo maté. (Ella) Nada más hermoso que verlo disparado por un cañón volando por última vez, sonriendo debajo del casco en mil pedazos. (Arroja un cerillo al cañón, que saca una nube de humo)

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