viernes, 4 de diciembre de 2009

ILUMINACIONES: CRÍTICA DE RODOLFO OBREGÓN




Iluminaciones
Rodolfo Obregón

La presencia de Iluminaciones, obra de Alonso Barrera representativa de Querétaro en la XXX Muestra Nacional de Teatro, desató un obtuso debate sobre lo que es teatro y lo que no. Incluso en un medio tan importante como el suplemento cultural Laberinto del diario Milenio la crítica se dio el lujo de descalificar el espectáculo –sin analizarlo- por no ser “ni teatro ni danza”.
Desde luego, este debate sólo revela la estrechísima concepción de la escena que impera en el teatro mexicano y quienes lo practican, una mirada sorda al devenir de este arte en el mundo y una mentalidad que puede medirse con una regla de dos centímetros.
El absurdo debate se hecha abajo con extrema facilidad. Se cita a Octavio Paz, “en su origen poesía, música y danza eran un todo (es decir -añado yo- teatro). La división de las artes no impidió que durante muchos siglos el verso fuese todavía, con o sin apoyo musical, canto.” Y punto.
Pero como las mentalidades no se quiebran de un golpe, ahí les va el otro: refiriéndose al teatro de Bob Wilson, Heiner Müller decía: “es como oír una pieza radiofónica al tiempo que se mira un film mudo”.
Esta segunda cita, como mi expresión “mirada sorda”, no es arbitraria. Pues Iluminaciones tiene mucho que ver con el planteamiento wilsoniano de separar los lenguajes de la escena para romper la pleonásmica ilustración del texto y lograr –idealmente- que el público vea y escuche al mismo tiempo. Romper la percepción habitual que implica la renuncia a lo uno o lo otro.
Si esto se logra o no en el espectáculo es lo que puede criticarse a Alonso Barrera y sus colaboradores quienes, en mi opinión, intentaron una aplicación cruda del planteamiento wilsoniano: todo el texto grabado y todas las imágenes mudas.
Difícil consignar en la planicie de la página la interacción de ambos elementos, lo que posibilitaría el carácter polifónico de la escena, y, por tanto, habrá que tratar cada lenguaje por aparte.
Lo primero que sorprende pues es el excesivo respeto al texto de Hugo Alfredo Hinojosa y la figura de El autor que el director y sus críticos mostraron en el supuesto “desmontaje” tras su presentación en Culiacán. Una teatralidad semejante implicaría la negación de las jerarquías tradicionales que comienzan y terminan siempre por el susodicho. Democratización escénica y autonomía de medios.
Pero, de hecho, el montaje de Alonso Barrera se desliga de inmediato del texto al que pretende dotar de vida propia por medio de texturas sonoras, unas veces plenamente conseguidas (como en la variedad de idiomas y acentos) otras incapaces de sostener la atención en el relato que poco a poco se torna monótono y ajeno.
Pese a ello, los textos de Hinojosa alcanzan a percibirse ricos en su fluidez y en su captación de un habla orgánica sin pérdida de riqueza poética. Si no supiéramos que son suyos, podría jurarse que se trata de un material testimonial. Proeza nada desdeñable dado el carácter ecuménico de su tema (la destrucción del hombre por el hombre) y la variedad de experiencias desde las cuales se experimentan sus horrores.
Y aquí quizás el punto realmente discutible de estas Iluminaciones, el hecho de que la pesadilla del terror encuentre su correlato en un discurso escénico tan bello. Porque la originalidad de la imagen, el cuidado de la composición y el movimiento, la atención en el diseño de cada elemento, colocan el trabajo de Barrera a años luz del grueso de la producción escénica de Querétaro y del país entero.
Ahí la grandeza de la obra y su factible derrota. Porque la relación entre ambos mundos parece nunca lograda, incapaces de penetrarse –sin que ello implique una ilustración de la que no está exento el trabajo coreográfico-, de cruzarse tangencialmente para revelar el uno al otro, el otro en uno. Fundamental en ello resultaría el trabajo con los intérpretes (palabra tan inútil como pretender definirlos actores o bailarines), el desarrollo de su estar en escena más allá de una dimensión rítmica o plástica, la traslación orgánica a los abismos de un mal sueño, para reventar la superficie anecdótica y aventurarse en la creación de mundos propios para entonces sí iluminar al espectador con la conciencia de la desgracia.
Factible derrota he dicho porque la empresa se revela titánica en un medio como el nuestro, en las condiciones de producción a nuestro alcance. Sin embargo, como acontece con los héroes de la tragedia clásica, Alonso Barrera, Alfredo Hinojosa y el admirable equipo que los acompaña, se levantan ennoblecidos por la pérdida, pues si no alcanzan en esta obra la dimensión artística a la que aspiran, ya la han planteado. Un acontecimiento digno de aplausos y una prueba más de la fuerza de un teatro (o como quieran llamarle) que no sustenta su ser en la raquítica gloria de figurar en una Muestra de Teatro sino en el trabajo con su entorno y el cultivo de sus propias convicciones.

*Imagen de Manuel Rodríguez

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