sábado, 14 de enero de 2012

WMC y La Fábrica: Una gestión cultural de casi una década



El Water Mill Center, un laboratorio para la experimentación artística en los Hamptons, Nueva York, es uno de los lugares que inspiraron mi búsqueda para la creación de un centro cultural independiente hace más de 8 años.

Este espacio, legado de Robert Wilson (uno de los grandes maestros del teatro contemporáneo)contiene una colección distribuída por todo el espacio con centenares de piezas artísticas que van desde Andy Warhol, Donald Judd y Paul Thek, pasando por unos zapatos de Marlene Dietrich hasta vasijas chinas de más de 500 años, decenas de rocas monumentales de indonesia y un tótem Mapai que custodia la explanada principal. Una colección que modestamente llaman "no muy extensa pero que tiene un gran valor personal para Bob".

En el corazón del Water Mill Center está el programa de residencias dirigido por Lorien Reese. El programa se divide en verano e invierno. Durante el verano cientos de jóvenes artistas de todo el mundo durante 4 semanas colaboran hombro a hombro con Wilson en un entorno único de aprendizaje, con tutorías y charlas de figuras como Philip Glass, Tom Waits, Roger Waters, Lou Reed y muchos más. En la residencia de invierno el WMC ofrece un número limitado de plazas para artistas más experimentados para el desarrollo de proyectos más complejos.

Al centro de todo, Wilson no es sólo eje sino también periferia de este sistema artístico de élite. Haciendo honor a dicha dualidad, Wilson se manifiesta como un ser doble: Inaccesible y entrañable. ¿Cómo entonces acercarse a él? ¿Cómo establecer contacto con su espacio y vincularlo con La Fábrica?

Luego de varios meses de gestión para la visita al Water Mill, hace unas semanas conocí ampliamente su funcionamiento de la mano de su directora, Sherry Dubbin. Un centro cultural que lleva desde la década de los noventa en gestación, ofrece una arquitectura que inspira a la creación y espacios amplios con una idea de diseño y orden hasta en el más mínimo detalle. Sin embargo, la verdadera gestión no era una cuestión de meses sino a un trabajo de planeación de años.

El planteamiento de un modelo imitativo al propuesto por Wilson, con la recontextualización a la realidad y financiamiento de latinoamérica obligaba a un posible acercamiento. De esta gestión cultural de casi una década, en la visión inicial de lo que pretendía (pretende) ser La Fábrica rescato el encuentro con Wilson en su territorio más cercano: Un loft en Manhattan, en una sesión privada con 20 personas: Una reunión entre amigos.

Esta experiencia me confirma que un artista y un gestor cultural no deben olvidar hacia dónde van y que la herramienta más importante para recorrer ese camino es la intuición.

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